'Sugar' Ray Leonard, Thomas Hearns, Marvin Hagler y Roberto Durán formaron el cuarteto mágico del boxeo de la década de los ochenta. Y a diferencia de lo que ocurre en el pugilismo contemporáneo –hace cinco años venimos esperando el combate entre Mayweather y Pacquiao– en ese entonces los mejores sí se enfrentaban entre ellos.   

En 1980, Leonard y Durán pelearon dos veces por el cinturón welter del CMB. El panameño ganó el primer combate en Montreal y Sugar se tomó la revancha en la famosa pelea del ‘No Más’ en el Superdome de Nueva Orleans en noviembre. Con Hagler cimentando su dominio en los medianos, el siguiente capítulo de esta histórica rivalidad de cuatro era la unificación del título mundial welter en 1981 entre Leonard y Hearns. 

Y el 16 de septiembre en el Caesars Palace de Las Vegas nos dieron la mejor pelea del año.

Tommy Hearns, primero La Cobra de Detroit, luego el Hitman, tenía 22 años y era campeón invicto de la AMB, luego de poner a bailar –y acto seguido, a dormir– al gran mexicano Pipino Cuevas en solo dos asaltos en 1980. Leonard, de 25, era el niño mimado de la televisión norteamericana y el llamado a heredar la devoción por Muhammad Ali.

El combate, pactado a quince vueltas, fue de ida y vuelta. Hearns dominó los primeros cinco asaltos aprovechando cada milímetro de su mayor alcance y usando su temible mano derecha para hinchar el ojo izquierdo de Ray. En el minuto final del sexto asalto, sin embargo, un potente gancho de izquierda de Leonard puso en malas condiciones al campeón de la AMB y solo la campana pudo salvarlo del prematuro desastre. Teníamos pelea.

Emmanuel Steward, entrenador de Hearns, instó a su pupilo a cambiar de estrategia y el mundo vio como Tommy no solo podía ser un asesino del ring, sino que también conocía el arte del boxeo a distancia. Frente a la incredulidad de la mayoría, se extrapolaron los roles y de repente, Leonard era el cazador y Hearns el estilista. Así ganó el hombre de Detroit los rounds 9 al 12.  

Con solo tres asaltos restantes, Hearns estaba adelante en todas las tarjetas por 3, 4 y 5 puntos respectivamente. Antes de empezar el decimotercer round, en la esquina de Leonard, el legendario entrenador Angelo Dundee decidió que había llegado el momento de la arenga. Y su grito de guerra quedó para siempre grabado en los oídos de los fanáticos del boxeo:

¡Te quedan nueve minutos!. ¡Lo estás echando a perder todo, hijo!, ¡Lo estás echando a perder!

Con el ojo izquierdo totalmente cerrado, Leonard salió con furia a defender su legado. Hearns parecía un animal silvestre a punto de ser cazado cuando una combinación explosiva lo puso a través de las cuerdas y casi lo expulsa del ring. Otra vez la campana lo salvó al final del asalto, no sin antes haberse desplomado por segunda vez. El final dependía de una sola buena mano y Ray lo sabía. Seis minutos, en esas condiciones, eran una eternidad y finalmente el réferi David Pearl se interpuso al inicio del decimocuarto decretando ganador por nocaut técnico a Sugar Ray Leonard.

Los enfrentamientos del cuarteto mágico se cerrarían en 1987 con la victoria de Leonard sobre Hagler en una decisión polémica que casi 30 años después se sigue discutiendo, pero esa noche del 16 de septiembre de 1981, Ray puso a dormir todas las dudas sobre su capacidad como boxeador, y tal vez más importante aún, sobre su corazón como peleador.

La historia de este memorable combate es contada magistralmente en este documental de HBO en su serie Legendary Nights:


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