No salía a noquear, salía a torear. Nicolino Felipe Locche no tenía pinta de peleador, pero en la historia del pugilismo latinoamericano es difícil, sino imposible, encontrar un intérprete más exquisito de la dulce ciencia del boxeo. 

Ningún boxeador, ni Carlos Monzón, fue más querido en Argentina. Fue el favorito de Julio Cortázar y decía El Veco que Locche fue al Luna Park lo que Diego Armando Maradona a la Bombonera. Su talento le permitía desdeñar el trabajo en el gimnasio y dicen que no era extraño verlo prendiendo cigarrillos antes y después de un combate. Fue campeón mundial welter junior y en su carrera profesional de 136 peleas solo perdió cuatro veces, tres por puntos y una por abandono (nunca fue noqueado). 

Su obra cumbre llegó el 12 de diciembre de 1968 en Tokio, Japón (ver video arriba) cuando se hizo del cinturón mundial de los welter juniors. Tal vez por primera y única vez en su carrera, Nicolino entrenó a conciencia tres meses antes del combate y estaba tan relajado que dicen que se quedó dormido en los vestuarios antes de subir al ring. Lo que hizo esa noche frente al japonés-hawaiano Paul Takeshi Fuji, fue perfección pura. Lo más cercano a poesía en el ring.